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LA PRESIÓN SOCIAL Y EL SOBREPESO

¿Quién impuso el tamaño normal que deben tener los cuerpos? ¿Dónde está el peso natural de cada uno?

 

 

 

¿Quién impuso el tamaño normal que deben tener los cuerpos? ¿Dónde está el peso natural de cada uno?

Los diseñadores de moda impusieron cuerpos prácticamente sin curvas, ganchos que caminan, digo yo, para que sus diseños no se interrumpan con el peso de la carne. Cuerpos masculinizados e infantilizados, altos pero pequeños, en fin, completamente irreales. Durante décadas he escuchado que los gobiernos prohibirán esos cuerpos como modelos, pero pasan los años y no he visto un cambio contundente. Entre tanto, los cuerpos reales caminan por las calles odiándose por no parecerse a aquella imposición.

Cuando me casé la segunda vez, en 2004, habiendo pasado años de duelo y complicaciones económicas y de otras índoles, regresé a la CDMX después de 14 años de vivir en Querétaro.

Después de tres semanas de haber llegado, y antes de mi boda, ya había subido 3 kilos. ¿Qué pasó? ¿Cambió mi metabolismo? ¿Volvió después de tantos años el exceso de comida? No. Cambiaron mis circunstancias. Tenía más tiempo libre, habiendo dejado mis pacientes y talleres en la otra ciudad, comenzando una nueva vida de abundancia y tranquilidad. Comía dándome el tiempo, preparaba platillos sabrosos y los comía con calma, acompañada, con gozo.

Desde ese tiempo y hasta la fecha, revisando las fotos, me doy cuenta de que las veces que recuperé el peso natural con el que llegué, fue a base de grandes sacrificios, de abstenerme de comer y beber lo que realmente quería. Y en las siguientes vacaciones, todos esos kilos regresaban, recordándome que cuando estaba contenta y relajada, mi peso era otro. Pero había una voz, como alguien persiguiéndome por detrás, sólo que al voltear a buscarla parecía escondida entre los árboles. “Te estoy vigilando”. Esa voz gordofóbica siguió conmigo muchos años después.

Pero la información que empieza a circular ahora, las voces antigordofóbicas que se están multiplicando, y todo lo que poco a poco vamos superando como sociedad, va poco a poco permitiendo que todos los cuerpos, de todos los tamaños, formas y colores, vayan acercándose a la aceptación, si no de la sociedad completa, por lo menos de cada una, para poder defender el derecho de ser, simplemente ser. 

Todo eso me ha ayudado enormemente en estos años a mí también a ser consciente de que he sido producto de mi tiempo y mis circunstancias, y a alejar esa voz. Como si se hubieran acabado los árboles donde podía esconderse, y si está, tiene que buscar otro refugio lejos de mi vista. Y sucedió algo curioso. Al bajar el volumen de esa voz, bajó también el de las otras que me exigían todo el tiempo alguna cosa. Me sentía a veces como la Cenicienta antes de ir al baile, amenazada por su madrastra: tienes que lavar, dejar los pisos barridos y trapeados, saca la basura…

Cuanta exigencia me han impuesto mis voces internas en estos 60 años de vida. Y ahora, me parece maravilloso irme a la cama sabiendo que no acabé mis obligaciones (que siempre son autoimpuestas) y sin embargo me doy el derecho a descansar. Las voces introyectadas que nos han maltratado tienen mucha fuerza. Hay que ser perseverantes y compasivas para acallarlas o , por lo menos, bajarles el volumen. Este trabajo no se acaba de golpe. No somos producto terminado, nos vamos construyendo día a día. 

 

Fecha de publicación: 02/12/2022

 

 

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