Cuando tenemos necesidad de controlar, la atención se vuelca hacia lo que podemos arreglar. El saber que está en nuestras manos arreglar algo, nos da una gran sensación de poder. Pero para eso, necesitamos estar muy atentos a lo que no funciona.
Siendo hija parental (la que escogió cuidar a padres y hermanos), ajusté con precisión esa atención hacia lo que había que reparar. Quienes sabemos del control tenemos una gran capacidad para resolver problemas, anticiparlos, corregir a los otros, criticar, desear que todo sea diferente, etc.
Esto, además del costo familiar que implica (ser el sargento de la familia en diversos temas), nos hace incapaces de disfrutar la vida como viene, dado que el ojo vigilante de lo que no funciona no nos permite fluir.
Hace unos días tuve una experiencia que me lo hizo ver bien claro. Estaba en un jacuzzi al aire libre, entre palmeras y con el sonido de las olas atrás. Los chorros me masajeaban la rodilla, dándole alivio. Todo a mi disposición. ¡Ah! Pero mi atención estaba en otra cosa: “que la temperatura no esté en 39 grados sino en 35, alguien olvidó subir el termostato a las 7 de la mañana; la persona de la limpieza está tirando agua por la manguera; ese señor que viene a nadar me cae mal, nunca saluda…”
Para estar feliz necesito que TODO esté bien. Pero caí en la cuenta de que eso NUNCA sucederá. Siempre habrá algo, en el presente, pasado o futuro que no estará bien. Pero mi necesidad de control lleva a mi mente a lugares donde yo puedo hacer las cosas mejor. Mientras tanto, el mundo me ofrecía palmeras sacudiendo sus ramas, pájaros a mi alrededor, una golondrina que bebía agua de la alberca, la iguana que caminaba unos metros más allá, el mar, constante y hermoso, las nubes aborregadas. Todo esperando a que yo quiera desconectar mi termostato de lo que no funciona y atienda lo que realmente importa.