Estoy limpiando mi estufa de vitrocerámica. Tiene manchas viejas que se han hecho por el calor. Como es blanca cuesta que esté impecable. Le pongo diversos productos combinados para ver si logro quitar lo quemado. Mientras batallo con el trabajo estoy imaginando los ojos de Ramón, y esperando su aprobación y aplauso. En realidad, a él no le importa si la estufa está manchada (con que esté limpia), si hace algún comentario será porque yo se lo pida; me dirá “bravo” porque sabe que lo necesito. Y sí, necesito esos ojos externos que validan mi trabajo y esfuerzo. Si florea alguna de mis macetas quiero que otros la vean, no me basta con mi mirada y mi propio disfrute.
Recuerdo bien a mis hijos cuando tenían dos años: “mira mamá, mira” todo el tiempo. Juan incluso un día, no satisfecho con mi respuesta de “qué bien hijo” me dijo “¡pero pómete contenta! ¡Aplaude!”
Así le hacemos. Vamos por la vida pidiendo que los demás se pongan contentos y aplaudan. Y cuánto desgaste implica eso.
Pregúntate: ¿qué de lo que hago espera los ojos de los otros? ¿Qué es sólo para mi disfrute? Si no encuentras nada para tu placer personal, ponte manos a la obra. Busca, busca, busca, hasta que aparezca aquello que harías aunque nadie lo vea, que no ofrezca recompensa afuera, que ni siquiera se note, pero que te arranque una sonrisa interna. Que no pase el día sin que hagas algo simple, sólo por íntimo placer.